Momentazo en ‘First Dates’.
En el vasto universo televisivo, donde innumerables programas orbitan en busca de audiencia, emerge ‘First Dates’ como una estrella de magnitud excepcional. Este programa, anclado firmemente en la parrilla de Cuatro, ha eclipsado las expectativas más optimistas, convirtiéndose en un fenómeno cultural que trasciende las barreras geográficas y generacionales. No es solo un espacio de entretenimiento; es un escaparate de historias humanas auténticas que reflejan la esencia del amor y la búsqueda de conexión en nuestra era digital.
El ingrediente secreto de su éxito parece ser la capacidad del programa para capturar con precisión las sutilezas y complejidades del amor moderno, todo ello bajo la batuta del carismático Carlos Sobera, cuya presencia confiere al formato un encanto singular. ‘First Dates’ se ha convertido en un símbolo de diversidad e inclusión, ofreciendo al público un abanico de enseñanzas sobre el amor, la vida y el anhelo de felicidad compartida.
Una cita desastrosa.
Ana tenía 48 años y un cuerpo de escándalo. Había sido bailarina profesional, pero eso le había pasado factura en la espalda, donde tenía ocho hernias. En el amor, era muy selectiva y llevaba siete años sin pareja. Buscaba a alguien que le hiciera sentir mariposas en el estómago.
Manuel tenía 52 años y venía de Barcelona. Era un hombre que no se fijaba en todas las mujeres, sino solo en las que le llamaban la atención. Eso reducía sus posibilidades de encontrar el amor. Ambos llegaron al restaurante de First Dates con ganas de conocerse, pero pronto se dieron cuenta de que no tenían nada en común.
Nada más verlo, Ana sintió una gran decepción. Manuel no era su tipo y se lo hizo saber desde el primer momento. Él, sin embargo, quedó impresionado por su belleza y su físico. Laura Boado les acompañó a su mesa, donde empezó la cena. Ana no soportaba la forma de comer de Manuel, que había pedido espaguetis. Le molestaba que hablara y comiera con la boca abierta. Se consideraba una persona muy fina y exigente.
Manuel le contó que trabajaba en un supermercado, porque no había encontrado nada mejor, a lo cual ella le reprochó que se conformara con eso y que no luchara por sus sueños. «Una persona que se pueda conformar con un trabajo como un supermercado, que es igual de valioso que cualquier otro, pero si no luchas más y te conformas con lo que tienes…Yo no soy así».
En otro momento, Ana comentó era una viajera empedernida, a lo que su pareja respondió que él prefería esperar a la jubilación para recorrer el mundo, algo que a Ana le horrorizó: «Yo no me pienso esperar a la jubilación».
Un final de cita cantado.
Tiempo después, el restaurante se transformó en una pista de baile, donde Ana pudo demostrar su talento como bailarina. Manuel se mostró más tímido y torpe. Aun así, dijo que de joven había bailado mucho en discotecas. Ana no le creyó y le acusó de mentiroso, enésima queja sobre su cita que dejaba evidente que no le gustaba nada de él.
El final estaba cantado: Ana rechazó a Manuel sin miramientos y se marchó sola del restaurante. Manuel se quedó triste y decepcionado con el desenlace. No había habido química entre ellos.